Cuando el corredor keniano Eliud Kipchoge se convirtió en el primer ser humano en correr un maratón en menos de dos horas en el marco del reciente Desafío del Proyecto INEOS 1:59, se trató sin duda de uno de los logros más significativos del atletismo desde que Sir Roger Bannister rompiera la barrera de los cuatro minutos en 1954. Pero casi inmediatamente después surgió la polémica, no sobre el corredor o la naturaleza no oficial de su carrera (su récord no tiene carácter oficial), sino sobre sus zapatillas de correr. Las zapatillas en cuestión eran las AlphaFLY, diseñadas y fabricadas por Nike. Se basan en un diseño de suela cuidadosamente estudiado que absorbe la energía de cada pisada y luego ayuda a almacenarla, canalizarla y devolverla a medida que el atleta corre. Sus diversas innovaciones patentadas incluyen los tipos de polímeros utilizados y cómo están situados éstos y las bolsas de aire para absorber y devolver la energía, junto con una placa de carbono integrada en la entresuela. La pregunta es: ¿puede una zapatilla de correr ser realmente la clave del éxito deportivo? ¿O no es más que un blanco fácil para la envidia ajena? Un estudio publicado en 2005 predijo los límites probables del récord masculino de maratón. Sin embargo, desde entonces las previsiones máximas de ese estudio ya se han superado en unos dos minutos, y casi en cuatro si se incluye el tiempo de Kipchoge. Sobre esta base, parece justo sugerir que las zapatillas son responsables, al menos en parte, de esas mejoras de rendimiento tan grandes e inesperadas. La Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo, el organismo rector, ha creado un grupo para que estudie las zapatillas de correr de Nike e informe al respecto. Un estudio más reciente que examina la tecnología de las zapatillas apoya esta preocupación, sugiriendo que un predecesor del diseño de las zapatillas Alphafly había demostrado mejorar significativamente la economía de carrera. De hecho, comparadas directamente con otras zapatillas de élite en el mismo estudio, la mejora del rendimiento se situaba entre el 2,6% y el 4,2%. En los estrechísimos márgenes del deporte de élite, ese tipo de beneficio equivale a llevar una pistola a un combate con cuchillos.
En busca de una ventaja tecnológica
Sin duda, en lo que respecta a la asistencia tecnológica en el deporte, ya hemos estado aquí muchas veces. La velocista australiana Cathy Freeman utilizó un traje aerodinámico de una sola pieza en los 400 metros de los Juegos Olímpicos de Sídney 2000. En 2008, la propia naturaleza de la discapacidad se puso en tela de juicio cuando el sudafricano Oscar Pistorius intentó correr en los Juegos Paralímpicos y Olímpicos del mismo año utilizando un par de piernas protésicas compuestas. Estas, como las zapatillas de Kipchoge, también suscitaron inquietud sobre la naturaleza y el grado en que la tecnología contribuye a ayudarnos a rendir al máximo. En una revisión sistémica publicada en 2015, descubrí que el impacto de la tecnología en el deporte ha supuesto una enorme fuente de interés positivo, pero, en ocasiones, ha sido enormemente perjudicial. El equipo olímpico británico presentó recientemente su nueva bicicleta de ciclismo en pista, bautizada como HB.T, con la que los atletas competirán en los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de 2020. Esta máquina (un proyecto llevado a cabo entre British Cycling y los fabricantes Hope y Lotus Engineering) lleva las normas a sus límites más absolutos y demuestra el estilo que la propia Lotus aplicó en 1992 cuando diseñó la bicicleta Lotus con la que Chris Boardman ganó la medalla de oro. Sin embargo, este diseño fue posteriormente excluido de la competición por considerársele injusto. La nueva bicicleta del Team GB resplandece con una inusual configuración de la horquilla y unos delgados y arqueados largueros del cuadro que prácticamente desaparecen de la vista cuando se mira de frente. Los ingenieros estarán deseando conocer las ventajas medidas. Pero me pregunto si los verdaderos efectos de la bicicleta están en el golpe psicológico que supone para sus oponentes el hecho de rodar con ella por primera vez, en un momento en el que probablemente y de forma bastante intencionada sea demasiado tarde para que los equipos ciclistas competidores puedan reaccionar a tiempo para Tokio. La crítica general a esta nueva tecnología no se refiere sólo a su eficacia, sino también a su equidad. Estos argumentos suelen debatir cuestiones relacionadas con la igualdad de acceso a una tecnología, la capacidad de garantizar que cualquier nueva tecnología sea segura, que no constituya fundamentalmente una ventaja injusta y que, en última instancia, no cambie por completo la naturaleza del deporte. Algunos organismos deportivos intentan eliminar o marginar el impacto de la tecnología. El ciclismo lo ha intentado varias veces. Sin embargo, incluso la relativa sencillez de un deporte como el atletismo cambió para siempre cuando Kipchoge utilizó un enorme equipo de unos 40 corredores que marcaban el ritmo en una formación aerodinámica y esas zapatillas. El progreso tecnológico puede ralentizarse, pero no puede detenerse fácilmente, y podría decirse que no debería. Así que habrá mucho más debate sobre los efectos de la tecnología antes de los Juegos de Tokio 2020, a medida que más atletas, equipos y fabricantes compitan por las medallas más preciadas del deporte de competición.
Bryce Dyer, Académico Principal,
Universidad de Bournemouth Este artículo ha sido publicado por The Conversation bajo licencia Creative Commons. Lea el
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